Luego de interminables monólogos, de constantes luchas de ego, aquél narcisista hombre se calló, no lo pude escuchar.
Aquellos debates entre dos ideales se callaron, quedé solo en lo que se sintió como una eternidad… Escuchar la guerra hacía que estuviera seguro, existía el equilibrio y el balance. Sin embargo, aún conservo ciertas pequeñas cosas de él. Ha pasado tiempo desde la última nota autobiográfica, y es por ello que hoy escribo, una carta para el ego, mi ego… o mi corazón.
El pleno silencio es bueno, aunque he descubierto brechas de seguridad en la templanza programada. Perdón por tratarme a mí mismo como una roca, sin perturbación ni sentimientos; fue bueno al principio, pero hoy se hace presente el agotamiento y no pido que me entiendas, sólo que me escuches.
La Roca, durmiendo sobre un volcán.
Un día existió una roca muy particular, esa roca había desarrollado razón y, sin embargo, no entendía lo que estaba sucediendo a su alrededor, se hacía preguntas y no hallaba respuestas. La pequeña roca estaba encima del lecho de un volcán, muy cerca de la saliente de lava.
Al pasar de los días, comenzó a tener pensamientos muy recurrentes y logró entender lo que sucedía, su deber era estar allí, simplemente estar allí. Sentía mucho calor, sentía mucha perturbación que provenía del volcán que estaba como a punto de estallar, sin embargo, a pesar de sus sentimientos y pensamientos, decidió callar, la roca sentía adentro de sí que algo estaba cambiando, no sabía qué, pero sabía que algo estaba sucediendo, no al instante, pero si a un ritmo muy lento, algo cambiaba.
La roca decidió callar, observaba como lentamente la lava descendía hacía donde estaba y sus pensamientos se desviaban, pero, aun así, la roca mantuvo la confianza, la misma que le permitió callar.
Días después la roca se sintió sola, sin nadie a su alrededor, lo único que escuchaba era el correr de la lava que, sin lugar a dudas, terminaría por consumirla por completo y aun así, mantenía su silencio… Pensó para sí misma que era mejor callar, no sabía si las otras rocas tuvieran razón y peor aún, la pequeña roca pensó que si alteraba el silencio, las otras rocas sufrirían por su culpa. Pensó que su seguridad contagiaba a las demás (si acaso las demás tuvieran razón), pensó que lo estaba haciendo bien.
La lava avanzaba, ya se acercaba el momento. La roca se sintió aún más sola, no sabía qué hacer.
En lo más profundo de su pequeño cuerpo hecho de minerales, la roca quería alterar el silencio, quería dejar de sentirse sola, pero, su miedo y su aparente bondad impidieron que lo hiciera, decidió mantener la templanza en medio de esa situación.
Al final, la lava avanzó y tapó por completo a la roca.
Aquellos debates entre dos ideales se callaron, quedé solo en lo que se sintió como una eternidad… Escuchar la guerra hacía que estuviera seguro, existía el equilibrio y el balance. Sin embargo, aún conservo ciertas pequeñas cosas de él. Ha pasado tiempo desde la última nota autobiográfica, y es por ello que hoy escribo, una carta para el ego, mi ego… o mi corazón.
El pleno silencio es bueno, aunque he descubierto brechas de seguridad en la templanza programada. Perdón por tratarme a mí mismo como una roca, sin perturbación ni sentimientos; fue bueno al principio, pero hoy se hace presente el agotamiento y no pido que me entiendas, sólo que me escuches.
La Roca, durmiendo sobre un volcán.
Un día existió una roca muy particular, esa roca había desarrollado razón y, sin embargo, no entendía lo que estaba sucediendo a su alrededor, se hacía preguntas y no hallaba respuestas. La pequeña roca estaba encima del lecho de un volcán, muy cerca de la saliente de lava.
Al pasar de los días, comenzó a tener pensamientos muy recurrentes y logró entender lo que sucedía, su deber era estar allí, simplemente estar allí. Sentía mucho calor, sentía mucha perturbación que provenía del volcán que estaba como a punto de estallar, sin embargo, a pesar de sus sentimientos y pensamientos, decidió callar, la roca sentía adentro de sí que algo estaba cambiando, no sabía qué, pero sabía que algo estaba sucediendo, no al instante, pero si a un ritmo muy lento, algo cambiaba.
La roca decidió callar, observaba como lentamente la lava descendía hacía donde estaba y sus pensamientos se desviaban, pero, aun así, la roca mantuvo la confianza, la misma que le permitió callar.
Días después la roca se sintió sola, sin nadie a su alrededor, lo único que escuchaba era el correr de la lava que, sin lugar a dudas, terminaría por consumirla por completo y aun así, mantenía su silencio… Pensó para sí misma que era mejor callar, no sabía si las otras rocas tuvieran razón y peor aún, la pequeña roca pensó que si alteraba el silencio, las otras rocas sufrirían por su culpa. Pensó que su seguridad contagiaba a las demás (si acaso las demás tuvieran razón), pensó que lo estaba haciendo bien.
La lava avanzaba, ya se acercaba el momento. La roca se sintió aún más sola, no sabía qué hacer.
En lo más profundo de su pequeño cuerpo hecho de minerales, la roca quería alterar el silencio, quería dejar de sentirse sola, pero, su miedo y su aparente bondad impidieron que lo hiciera, decidió mantener la templanza en medio de esa situación.
Al final, la lava avanzó y tapó por completo a la roca.
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