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Un viajante, hombre alegórico, sutil y mental.

Amante de las notas autobiográficas, sed en vuestra
presencia un ser más, cuyas fauces mentales/idealistas
se consagran en una libélula metafórica, que atina
a ser para mí, el ego, una sensación sutil, que
se representa en la forma de una idea, una
leve y pequeña idea transformada en prosa,
porque dejé de medir y las sensaciones son
las que hablan, meninas torpes y en mí especial
caso, en mi especial abismo de introversión;
seres contradictorios que sólo existen para
decirme que mida los poemas y que me
detenga a pensar en la estética, a quien yo
clasifico como Ira y sólo ira, la estética
de la ira es una plasticidad (léase como
adjetivo artístico) cuya ironía se basa
en la calma y en la tranquilidad, es en eso
que en mi especial abismo de introversión
la ira se forma, como un insecto que se
hace capullo y se nutre y se va formando
poco a poco, como las nubes de las cinco
que me recuerdan a un ojo egipcio de
por mi casa, una especial anécdota de un
Ken mal comprendido, sea un alter ego,
o bueno qué se yo, pero esa anécdota
intranquila/tranquila/ambigua/análoga,
me hace sólo pensar en un terrible mar
de belleza, que yace tranquilo en el corazón
de un Viajante, de un hombre cuyo viaje nunca
estuvo finalizado ni por empezar, ni tuvo
un preludio, sólo comenzó desde el día que
la razón nació y es su progenie el Viajante,
quien tuvo la intención de escribir un preludio
estúpidamente castellanizado, para darle
vida a un poema personal/impersonal,
y en cuyo caso, creció, floreció y vivió,
vivieron, alegorías acerca de una libélula
y un Viajante sutil, sí.
Autorretrato.




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