La ciudad, los suburbios, expresan algo. Aceras desgastadas y sin cuidar se apoderan de los alrededores, la hierba mala crece y el cemento se envejece, la soledad crece, el júbilo desaparece, los fantasmas ahora se materializan, ellos caminan día a día por estas desgastadas aceras mientras piensan demasiado y hasta... ¡se olvidan a si mismos!, no puedo creer que a veces me convierta en un olvidado suburbio, las viejas casas se derrumban en el camino y obstruyen el paso, es difícil moverse en la obscuridad, el polvo y los escombros. Oh, no más suburbios olvidados por favor.
Luego de interminables monólogos, de constantes luchas de ego, aquél narcisista hombre se calló, no lo pude escuchar. Aquellos debates entre dos ideales se callaron, quedé solo en lo que se sintió como una eternidad… Escuchar la guerra hacía que estuviera seguro, existía el equilibrio y el balance. Sin embargo, aún conservo ciertas pequeñas cosas de él. Ha pasado tiempo desde la última nota autobiográfica, y es por ello que hoy escribo, una carta para el ego, mi ego… o mi corazón. El pleno silencio es bueno, aunque he descubierto brechas de seguridad en la templanza programada. Perdón por tratarme a mí mismo como una roca, sin perturbación ni sentimientos; fue bueno al principio, pero hoy se hace presente el agotamiento y no pido que me entiendas, sólo que me escuches. La Roca, durmiendo sobre un volcán. Un día existió una roca muy particular, esa roca había desarrollado razón y, sin embargo, no entendía lo que estaba sucediendo a su alrededor, se hacía preguntas y no hallaba respuesta...

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